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Semana Santa madrileña


J. L. Gamallo. Una año más se ha producido el "milagro" de la Semana Santa de Madrid. Aquél extraordinario suceso que acaeció en la Palestina del siglo I, cuando fue condenado a muerte, con la aquiesciencia del poder romano, Jesús de Nazareth. Los evangelios nos han dejado un prístino testimonio de aquello tres días de pasión, tortura, muerte y resurreción de Cristo, y los cristiano un año más hemos conmemorado en nuestras calles los distintos episodios de aquel acontecimiento que cambió la historia del mundo. Con un tiempo extraordinario, las diferentes cofradías madrileñas han recorrido nuestras calles más castizas e históricos entre el fervor de los creyentes y la sopresa y admiración de los miles de turistas que por primera vez eran testigo de esta maravillosa expresión de fe, devoción y arte. El centro de Madrid, el Jueves y el Viernes Santo no podía estar más arrebosar de gente, propios y extraños, los que estaban tranquilamente sentados en la terrazas disfrutando del buen tiempo y los que se dirigían a coger los mejores sitios para ver pasar las diferentes procesiones. Se puede decir con satisfacción que cada años hay más público asistiendo a los diferentes desfiles de la capital, manteniendo viva la llama de nuestra tradición y nuestra cultura. Madrid, como crisol de España y de sus pueblos, puede presumir de tener semana santa a la anduluza y a la castellana. Así el Jueves Santo, de la Colegiata de San Isidro, salía con todo su esplendor barroco y derroche ornamental la Procesión del Gran Poder y la Esperanza Macarena, que recorría las vías más carácterísticas del Madrid de los Austrias. Que me perdonen, los sevillanos por lo que voy a escribir, pero la salida de la Macarena de San Isidro casi parece trasladarnos a la capital de Betis, a los acordes de la Marcha Real, nubes de incienso, el fulgor de las velas, el aplauso y los vítores de los fieles, el increible paso de palio macareno pisa la calle Toledo. Aunque se haya asistido muchas veces a tal momento de insuperable belleza y emoción, la experiencia siempre es nueva, siempre es gratificante, tanto si se es devoto como si no. A los devotos se nos expande el alma y todos los sentimientos ante la contemplación figurada de la Madre de Dios, y para los no creyentes o simples curiosos la posibilidad de extasiarse ante la contemplación de una exuberante obra de arte, que una vez al año sale de su iglesia para recorrer las calles de Madrid. Como contraste la procesión del Cristo de los Alabarderos, que escoltado por los alabarderos de la Guardia Real, sale del Real Palacio, y se dirige por las calles del antiguo Madrid a la iglesia del Sacramento. El contraste no puede ser mayor, un austerísimo paso llevado por anderos, a los sencillos sones de una banda de pífanos y tambores. Su salida por la Puerta del Príncipe del regio alcázar es uno de los momentos más bellos de la Semana Santa madrileña. La imagen del Cruficado, con el fondo de la piedra blanca de Colmenar del Palacio es una extraordinaria estampa que merece la pena de ser contemplada. La Plaza de Oriente es el escenario perfecto para revivir la crufixión de Jesús, en un marco singular y único.

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